▷ Crónica de mi VIEJO ROBLEDO [Capítulo 5] - Barrio Robledo Medellín

El Jordán: 128 años de Cultura.
Fotografía; Simmon Ayala, centro documental musical El Jordán.

Relatos de Barrio. ¡Serie Historiográfica!


El Jordán: 128 años de cultura 


Por: Susana Árias, Salomé Calderón y Simmon Ayala


El hoy Centro de Documentación Musical El Jordán reabrió sus puertas hace dos años tras su cierre definitivo en 2007. Este espacio patrimonial alberga en sus paredes un fragmento de ciento veinte años de historia y tradición de la capital antioqueña. 


En la esquina de la calle 65 con la carrera 84, a menos de una cuadra del Parque de Robledo, se impone con una gran carga histórica El Jordán. 

Esta construcción, que fue inaugurada en 1891, pertenece al Inventario de Edificaciones de Valor Patrimonial de Medellín hace diez años. Pese a haber estado en ruinas a causa de un abandono de casi una década, este sitio ha logrado mantenerse en pie; actualmente, pertenece al Sistema de Bibliotecas Públicas de Medellín, funcionando como un centro de documentación musical. 


En medio de unidades residenciales, grafitis y el afán propio de la vida citadina —expresado en los trancones de la hora pico o los cientos de jóvenes que salen al medio día de las instituciones educativas— este inmueble es una especie de cápsula del tiempo que, con su estructura de postes, ventanas y puertas de madera, cubierta de tejas de barro y el icónico letrero que lo identifica hace más de un siglo, preserva la historia de una ciudad dinámica y cambiante. 

Los orígenes 


El Jordán fue, junto a la parroquia Nuestra Señora de los Dolores, una de las primeras construcciones realizadas en la plaza de “El Nuevo Aná” o lo que hoy conocemos como el Parque de Robledo. 


Anápolis, comúnmente llamado Aná o San Ciro, era un pueblo ubicado al borde de la quebrada La Iguaná, donde actualmente se ubica Los Colores. Esta comunidad se veía afectada por los diversos desbordamientos de la quebrada, a pesar de las advertencias de los habitantes y algunos intentos de controlar el caudal de La Iguaná, en 1880 una inundación de gran magnitud arrasó con toda la población, dejando únicamente en pie la iglesia de la plaza principal. 


A raíz de esto, algunos personajes distinguidos de la ciudad unieron fuerzas y recogieron dinero identificado como limosna, logrando así realizar la compra de lotes ubicados en el camino que conecta la ciudad con el Occidente, cerca a San Cristóbal. 

En 1884 ya se había conformado en este territorio “El Nuevo Aná”,  una comunidad que creció con la construcción de la parroquia y la plaza, contemporáneas a la construcción de El Jordán, que se inauguró en 1891. Según relata el arquitecto Luis Fernando González Escobar en su investigación para la Fundación Ferrocarril de Antioquia, El Jordán, aparte de ser un sitio de reunión social, llegó a funcionar en sus inicios como un lugar para las celebraciones eucarísticas. 


Con el paso del tiempo, este espacio vivió el impacto del crecimiento demográfico de la ciudad y se constituyó como el corregimiento de Robledo, un territorio que, gracias a las diversas fuentes de agua que tenía a su alrededor, fue un centro industrial para las fábricas de chocolate y las trilladoras. 

En 1924 se inauguró la línea del tranvía eléctrico a Robledo, con rieles que comunicaban hacia el centro de Medellín; esto fortaleció a El Jordán, que ya estaba constituido como un lugar de interacción social. 


En manos de los hermanos Rubén y Ramón Burgos, El Jordán abrió sus puertas a finales del siglo XIX como una casa de recreo y baños públicos. 

En el patio interior del lugar se encontraban piscinas de agua pura que se nutrían de la quebrada La Corcovada, lo que llamó la atención de las élites paisas, que conocían la vía a Occidente, siendo esta la carretera de conexión directa con sus fincas o casas vacacionales en sitios como El Cucaracho

Foto del álbum de la familia Burgos, publicado por Rosa Maria Perez, 19 de marzo 2015.
Extraida de EL JORDÁN: Un estadero en la memoria urbana de Medellín, González L.F.


Asi luce hoy el antiguo espacio de baños publicos. Fotografía, Simmon Ayala.


La transformación


El Jordán se convirtió así en uno de los lugares de encuentro más reconocidos de la ciudad y añadió el servicio de mesa a sus funciones. 

En los años treinta, el establecimiento tenía una significativa actividad económica, funcionando como centro de actividades recreativas y de socialización, además de hacer parte de un comercio misceláneo activo; con las dinámicas de la ciudad, se integraron los bailes y se pasó lentamente al servicio de bar, cosa que provocó un cambio en la mirada que se tenía del lugar.


Los cambios drásticos para este sitio comenzaron con el cierre del Tranvía en 1951. Así mismo, en la década de los sesenta, Octavio Burgos —propietario para entonces del lugar— vendió los derechos del uso de aguas de la quebrada La Corcovada, terminando así con las piscinas y dando paso a una nueva época para el lugar. Con esto, El Jordán perdió el esplendor de sus primeras décadas, a pesar de que ahora centraba sus actividades a ser restaurante-bar, las fiestas, las chivas y las presentaciones en vivo dejaron de ser lo que eran antes. 


No obstante, El Jordán estaba por experimentar lo que, para la periodista Elizabeth correa, fue el momento que inmortalizó la fama del lugar como un centro de la intelectualidad y la bohemia, tal como lo expresa en su investigación para la plataforma Kienyke. 

A las puertas de este bar empezó a llegar la cultura a través de los músicos, los escritores, los poetas y los filósofos de la ciudad; por las mesas de este bar pasaron importantes personajes como Gonzalo Arango, Manuel Mejía Vallejo o Darío Ruiz. 


El Jordán dejó de tener como protagonistas a las élites, las piscinas, las fiestas, el comercio o el servicio de mesa. 

Ahora este lugar convocaba a los líderes y transformadores culturales de la ciudad; estaba ocupado principalmente por libros y sus autores, por arte de todo tipo, por conversaciones políticas y por tertulias de intelectuales. Estos personajes con sus respectivos elementos acompañaron el lugar hasta su decadencia a inicios del siglo XXI. 

“Grupo de intelectuales en El Jordán, entre ellos el artista y arquitecto Luis Fernando Peláez, la arquitecta Giuliana Guerra, Fernando Cruz Kronfly, Jaime Jaramillo Panesso, y Darío Ruiz Gómez”. Fotografía de Guillermo Melo, 1991. Extraída de El JORDÁN: Un estadero en la memoria urbana de Medellín, González L.F. 


Los estragos del tiempo


Las paredes de tapia que sostenían este lugar empezaron a agrietarse, el público dejó de visitarlo y el hito de estar en pie desde 1891 —que parecía ser el valor de este lugar— terminó por ser el factor que lo llevó a su cierre definitivo en el año 2007, en manos de Raúl Alberto Burgos, dando así fin a los 116 años de administración del lugar por parte de la familia Burgos. 


De ahí en adelante El Jordán viviría una década en la cual sintió los estragos del tiempo. 

La decadencia del lugar fue un proceso donde las grietas derribaron muros y las tejas desgastadas colapsaron el techo en su totalidad. 

El abandono de sus dueños, la naturaleza, el clima, los saqueadores y la estructura antigua fueron algunos de los factores que transformaron ese famoso y esplendoroso centro social en una edificación en ruinas, corroída por el moho y la maleza. 


Marlon Sánchez, vecino de El Jordán, narra con nostalgia como veía de pequeño a las personas sentadas tertuliando alrededor del bar, y la preocupación de toda una comunidad por ver cómo, en medio del crecimiento del barrio y las mejoras a los lugares aledaños, esta casa abandonada se desarmaba a pedazos, un proceso que para él era una pérdida del barrio y su identidad.

Fotografías del arquitecto Carlos Mario Jaramillo, Secretaría de Cultura Ciudadana del Municipio de Medellín, 2014. Extraída de El JORDÁN: Un estadero en la memoria urbana de Medellín, González L.F. 

En 2010 El Jordán fue incluido en el listado de Edificaciones de Valor Patrimonial de Medellín, las miradas se fijaron en este sitio al borde de la pérdida total y se reconoció su valor histórico para la ciudad. 

En 2012, el Municipio de Medellín adquirió este lugar mediante una acción de expropiación y una compra parcial. Lo anterior dio paso a los estudios topográficos que se llevaron a cabo hasta 2013, año en que la Secretaría de Hacienda hizo entrega del inmueble a la Secretaría de Cultura Ciudadana con el propósito de transformarlo en una casa de música; de esta manera, en conjunto con la Fundación Ferrocarril de Antioquia, se empezaron las acciones preventivas para la posterior reconstrucción de El Jordán, labores que tuvieron un costo de 2500 millones. 

El renacer 


En la actualidad, El Jordán es un Centro de Documentación Musical y se constituye como un espacio testigo de la historia de Medellín, de manera presencial por su recorrido histórico y de forma indirecta con lo que hoy guarda en su interior. 


Santiago Arango, coordinador del lugar, resalta el carácter de este lugar hoy: “Somos una unidad de información especializada que tiene la misión de construir la memoria sonora de la ciudad a través de distintos documentos. 

La vocación de El Jordán es preguntarnos por nuestra música, nuestros intérpretes y nuestros actores; es un lugar dedicado solo a la memoria musical de Medellín que es importante para entender la ciudad”.


Salón principal de El Jordán. Fotografía tomada por: Simmon Ayala.


El Jordán es hoy un sitio muy tranquilo. La fachada fue reconstruida, pero sigue inspirando aires de antigüedad; al entrar, el amplio salón principal es iluminado por un techo con tragaluces, está algo vacío, da la sensación de seguir esperando la dotación de elementos que lentamente ocupan las esquinas del lugar.


Las paredes tienen obras de arte, hay una sala de computadores de uso público, algunos sillones se posan en las salas como un espacio para socializar y, en la entrada, siempre hay un tablero con las actividades que se realizarán.




Sala de computadores para el público. Fotografía tomada por: Simmon Ayala.



Algunas veces al mes, el lugar se llena de todo tipo de públicos que asisten para disfrutar de la amplia oferta cultural; entonces ahí suenan la voz de los cantantes y los instrumentos de los músicos, se siente la emoción de adquirir algo nuevo en un trueque o de aprender algo en un conversatorio, e incluso las miradas concentradas de las personas al ver un filme. 

Todas son formas diferentes de intentar reconstruir la escena musical de la capital antioqueña. 


Juan Manuel Berrío es un joven de veinte años que ha vivido toda su vida en Robledo, apasionado por la música e integrante de la banda Té de Perro, ha sacado provecho de la colección especializada en la historia musical de la ciudad, se ha acercado a esos libros, vinilos, casetes, afiches, discos compactos y demás elementos que, para él y otros jóvenes visitantes del lugar, representan un tesoro invaluable. 

Objetos pertenecientes a la colección de El Jordán. Fotografías tomadas por: Simmon Ayala.

Diagonal a El Jordán, en una tienda de barrio, se sientan todas las mañanas adultos mayores, personas que han vivido siempre en el barrio.


Al hablar del lugar algunos miran con recelo lo que es hoy, todos coinciden en que su reconstrucción es valiosa y que, efectivamente, es una edificación muy bonita.


Sin embargo, el sentimiento de que no es lo que algún día fue los azota con nostalgia. Raúl Restrepo, antiguo mesero de El Jordán, reclama la pérdida de una esencia, se cuestiona por qué convertir un bar en una “casa de música”; es una mezcla de sentimientos. Se alegran de no haberlo perdido, pero no sienten que lo recuperaron.


El Jordán lleva con orgullo ese letrero que desde el inicio de sus días lo identifica: “EL JORDÁN BAÑOS, Casa fundada en 1891”, y es que luchar por estar en pie 128 años no deja de ser una hazaña que se le debe reconocer a esta edificación patrimonial.


Su historia se continúa escribiendo y, pese a tener una función diferente, El Jordán no ha dejado de ser lo que siempre ha sido: cultura.

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